viernes, 23 de abril de 2010

Eduquemos a los hijos para la caridad:

Autor: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net
Sería bueno preguntarnos: ¿estoy educando a mis hijos para el amor, para la generosidad, para la entrega o, por el contrario, para el egoísmo, el desinterés por el prójimo, para el bienestar y la comodidad?
Si observamos nuestro mundo actual y le tomamos la temperatura para ver cuál es el grado de caridad que tiene, creo que el termómetro acusaría baja gradiente.
Explíquenme, si no, el porqué del hambre, de las injusticias, las violencias, los asesinatos, las divisiones en la familia, los abortos abiertos o clandestinos, las riñas, las envidias. ¿Por qué existen indiferencias ante las cosas de los demás; por qué nos hemos acostumbrado a pasar como si nada pasase ante el sufrimiento del prójimo, ante el dolor de los demás, ante las heridas físicas o morales de los demás? ¿Por qué se reacciona con tanto desinterés ante los triunfos de los demás? Malos tratos, falta de amabilidad y cortesía, rencores, murmuraciones. No hemos todavía creado la civilización del amor, que tanto anhelaba Pablo VI. La causa es clarísima: no vivimos el mandamiento del amor, de la caridad. Han pasado 20 siglos de Cristianismo y este mandamiento nuevo sigue casi sin ser estrenado.
Y dado que nosotros somos padres de familia sería bueno preguntarnos: ¿estoy educando a mis hijos para el amor, para la generosidad, para la entrega o, por el contrario, para el egoísmo, el desinterés por el prójimo, para el bienestar y la comodidad? Ellos tienen el derecho de ver en sus padres este ejemplo de donación, entrega, amor al prójimo porque "las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran".
La Sagrada Escritura es muy clara al respecto. Podríamos resumir su mensaje en esta frase: la caridad es la señal característica del cristiano; tan es así, que quien vive la caridad ese es el verdadero cristiano y quien no la vive, no es cristiano. Así de sencillo y así de claro.
Merecería todo un artículo la explicación de la parábola sobre el buen samaritano, ejemplo de caridad desinteresada, generosa y heroica (Lucas 10,30ss). Los personajes los podríamos dividir en dos grupos: “Los del viva yo”, el homo sapiens, el tío listo; a este grupo de listos pertenecen los bandoleros, los transeúntes y el mesonero. En el segundo grupo está el homo bonus, el hombre bendito pero un poco tonto para esta vida, el que no dice "viva yo" y va por ahí un poco despistado preocupándose por los demás; es el samaritano que recoge, cura y cuida al herido.
Dos grupos que pueden a su vez dividirse en tres actitudes frente al prójimo necesitado de ayuda, de consuelo: la actitud de los ladrones (roban, desvalijan, muelen a palos, critican, matan); la de los indiferentes que pasan de largo para no comprometerse, y se desentienden totalmente porque están pensando en "sus cosas", en sus negocios, van a lo suyo...¿y los demás? "¡que los cuide el gobierno! ¡a mí qué!". Y la tercera actitud, la cristiana y la humana: llega hasta él, lo ve, se para, se compadece, se baja, venda, lo cura, lo sube, lo lleva a la posada, paga por él, se desvive. El, un samaritano, ¡qué contradicción!
¡Qué pocos samaritanos hay en este mundo! Si hubiera más, este planeta tierra sería más humano, más respirable, más amable.
Hay que hacer una distinción importante entre caridad y filantropía. La filantropía es el amor que se dirige a los demás hombres sin pasar por Dios, por el simple hecho de que forman una sociedad humana; es puramente horizontal y se mueve por motivos humanos, buenos en sí y laudables en realidad: ayudar a los que están necesitados de dinero, de cultura, de cariño, de servicios...Y la caridad es el amor a los hombres en cuanto hijos de la gran familia de Dios.
Hay que tener presente que la caridad no excluye la filantropía, sino todo lo contrario, la eleva y ennoblece: podemos amar al prójimo como hijo de Dios y además por sus cualidades humanas.

No hay comentarios: