lunes, 10 de junio de 2013

La violencia en nuestros niños y jóvenes

Buscando en mi mente, algún tema interesante sobre el cual escribir en la editorial de la Edición 99 de nuestra revista, encontraba solo vacíos. Y mientras pretendía encontrar elementos que iluminaran mi búsqueda escuché unos gritos que provenían de la calle que ocuparon mi atención.


Al asomarme por la ventana de nuestro taller gráfico, observé como cuatro señoritas se revolcaban en la calle, golpeándose unas a otras, mientras una docena de otros jóvenes adolescentes, de ambos sexos, hacían ronda y alentaban la pelea.

Como pude salté la ventana y corrí hacia aquel grupo intentando separarlas y parar la pelea, pero mis esfuerzos eran vanos porque los espectadores y alentadores de la riña me sujetaban para que no me metiera. Porque no era cosa mía, sostenían. Finalmente saque mi teléfono y simulé hablar con la policía (simulé porque no tenía el número agendado, sino la llamaba de verdad), recién allí los espectadores se fueron y con la ayuda de un amigo que se acercó, pudimos separar a las chicas que se peleaban.

A la distancia, el grupo de adolescentes me gritaba insultos referidos a mi edad: “Viejo”, a pesar de mis 38 años; a mi supuesta, según ellos, inclinación sexual (pe u te o) y algo que no puedo negar: “Panzón”.

El episodio vivido, por un lado me permitió decidir sobre la temática que dominaría la presente edición de LEA; por otro, me dejó una tristeza enorme que se apoderó mi corazón y varias preguntas: ¿Qué estamos haciendo (o dejamos de hacer) los adultos por estos jóvenes que entienden que la violencia física es la mejor opción para dirimir las diferencias?; ¿Qué ejemplos les estamos dando a nuestros jóvenes que alientan a que otros se golpeen y vivan como un espectáculo una pelea callejera?; ¿Tendrían razón estos chicos en que no era asunto mío?...

Cuando me llegó la calma, supe que hice bien en meterme a separar, siempre lo hice, aunque realidades como estas me hicieron recibir muchos golpes. Pero separar no es suficiente, como adultos debemos hacer mucho más, especialmente aquellos que somos padres, educadores, comunicadores, funcionarios.

Es nuestra obligación comprometernos con estos jóvenes que viven en carne propia la violencia. Y no me refiero solo a la violencia física, sino también a la violencia mental y espiritual. Si los adultos damos ejemplos de empatía, solidaridad, entendimiento, tolerancia, diálogo, amabilidad, honestidad, las generaciones venideras mamarán de esos ejemplos y seguirán por el mismo camino. Si los adultos somos indiferentes, intolerantes, corruptos, egoístas, violentos, es muy difícil que las nuevas generaciones puedan construir una comunidad en armonía personal y social.

La experiencia que viví no es un hecho aislado, ni la única forma de violencia que afecta a nuestros chicos. Esto se multiplica todos los días y en todos los escenarios sociales. Pero lo más trágico de todo esto es que la indeferencia también se multiplica y nuestra pasividad es más violenta que la violencia misma.



Diego Eliseo Leonado López

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