viernes, 18 de marzo de 2011

La diversión excesiva no es compatible con la educación:


Las vacaciones de verano en Quimilí se caracterizaron desde siempre por ser un tiempo de preparación y ensayo para los corsos de carnaval. Es una actividad que moviliza a niños, jóvenes y adultos de casi todos los barrios y le dan un tinte atractivo al quehacer de vacaciones.

Esto sería muy satisfactorio si entre los participantes no habría niños y jóvenes con asignaturas pendientes en materia educativa, dado que durante el ciclo lectivo 2010 no pudieron, por diferentes motivos, alcanzar los objetivos escolares.

Lo cierto es que al comenzar la etapa de recuperación de contenidos no aprobados, muchos de los interesados estuvieron tan ocupados en aprender los pasos y las coreografías de las comparsas que no tuvieron tiempo de prepararse adecuadamente para afrontar sus responsabilidades académicas.

¿Es culpa de los alumnos?, ¿es culpa de la organización de los corsos?, ¿es culpa de los padres que no saben o no pueden poner límites a sus hijos? o, ¿es un conjunto de irresponsabilidades compartidas que ponen como prioridad la diversión y el esparcimiento, postergando a la educación?, total después la culpa la tienen los docentes, los libros o el sistema educativo mismo.

También hay que considerar que el ciclo escolar va de marzo a diciembre y las vacaciones de verano deberían ser para descansar, divertirse y disfrutar de los corsos que en definitiva es el único atractivo popular que tenemos. Eso sería lógico, pero la realidad nos indica que para algunos jóvenes todo el año es carnaval y no ponen el menor interés en estudiar. Consecuentemente en febrero reinan los lamentos y los reproches porque no logran aprobar todas las materias que se llevaron.

Así están las cosas y lo concreto es que la repitencia y deserción escolar se incrementan cada año. De esta manera se sigue hipotecando el porvenir de cientos de niños y adolescentes que después pasarán a formar parte de la larga lista de beneficiarios de planes sociales.

Los niños actúan como niños, los adolescentes actúan como adolescentes y los adultos deberíamos comportarnos como adultos y hacernos cargo de garantizar que la educación sea la prioridad en la agenda de nuestros hijos si queremos que sean algo más que una estadística de la marginalidad, de la pobreza o de la esclavitud de las drogas, el alcohol o de otros vicios que conllevan a la destrucción de la dignidad humana.

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