sábado, 16 de agosto de 2014

Y en eso de andar por las calles...

           En esta sociedad consumista que nos toca vivir, muchas veces caemos en la vorágine de conjugar verbos como “comprar”, “adquirir”, “tarjetear”, etc. Y no solamente conjugamos, sino que compramos, adquirimos, tarjeteamos, etc. Muchas veces por supuesto cosas que son imprescindibles, imperiosas, necesarias para nuestra vida. Otras, suntuarias e innecesarias, superfluas y desechables.
Y en eso de andar por las calles de mi ciudad por ahí se me da por observar cuáles cosas (según mi criterio, diría la Jelinek) corresponden a uno y a otro grupo de cosas: las que no pueden dejar de estar y las que están, pero están al cuete (para no usar un barbarismo). Necesarias y contingentes, diría algún avezado en el pensamiento que surgiera en la Hélade.
Me voy a circunscribir a algunas pocas de esas que están pero es como si no estuvieran, porque pasan desapercibidas para muchos:
A) Los carteles con las flechas que indican el sentido de las calles. Muchachos, hagamos un mea culpa y reconozcamos: ¿alguno de nosotros, salvo honrosas excepciones, respeta las flechitas? (Al que las respeta, mis respetos). Dada la anomia y la anarquía imperantes en lo referente al tránsito, creo que es más peligroso conducir confiados en los sentidos de las calles. Mejor, preparar nuestro cuello para que gire casi sin intermitencias en cada esquina a un lado y al otro, porque uno no sabe de dónde le puede salir un “mionca”, tractor, auto, moto, bici o distraído peatón (todo eso anda por las callecitas quimilenses) y (como dice la presi )“nos lleva puesto”.
B) Semáforos: Hermosos ellos, erguidos, gallardos, enhiestos, alertas, a la macana. Si los semáforos tuvieran una neurona, sólo una, que les permita darse cuenta si los respetan o no, ya hubieran renunciado a ser lo que son hace mucho tiempo. Por lo menos los de nuestra ciudad. Hay dichos populares como: “más al cuete que timbre de panteón”, “al cuete como bocina de avión”, “a la macana, como cenicero de moto”, etc. Podríase agregar el siguiente: “Mas al p… que semáforo de Quimilí”. Y si los semáforos tuviesen sentimientos, llorarían a moco tendido viendo como esos mismos a quienes cuidan se les mofan en sus propias barbas. Sus ojos de leds derramarían pesadas y brillantes lágrimas rojas, amarillas y verdes. ¡Pobres!
C) Carteles de Prohibido Estacionar: parece que en la ciudad el tránsito instrumenta el mecanismo de transformación en lo opuesto, que tanto sirve a algunos a los que no les llega el agua al tanque. Todo es que haya un cartelito de esos para que nosotros estacionemos ¿dónde? Si señor, acertó: ¡Justo ahí! Tal vez convenga que diga: “Estacione aquí por favor”. Transgresores como somos, póngale la firma que nos vamos a la otra cuadra.
Mire, qué quiere que le diga, para mí que poco a poco los carteles de las flechas, los semáforos, los carteles de Prohibido Estacionar se están volviendo invisibles. ¡No puede ser que tanta gente no los vea! Yo digo que van a venir los responsables y los van a cambiar. ¿O será que hay que cambiar los responsables?

Raúl Porcel De Peralta


No hay comentarios: