lunes, 12 de octubre de 2009

CON LOS NIÑOS, NO:

CON LOS NIÑOS, NO:
Desde nuestro nacimiento como medio de comunicación, sentimos la necesidad de dar a conocer lo que acontece en nuestro pueblo. En ese afán siempre procuramos ser lo más objetivos posible, aunque estoy seguro que en algunas cuestiones no lo logramos y nos resultó difícil mantener al margen nuestros sentimientos y emociones. En muchas ocasiones también nos planteamos el hecho de seguir adelante, o no, con este emprendimiento social, informativo, educativo y cultural (especialmente cuando el saldo económico casi todos los meses está en rojo), pero la necesidad de mostrar lo que pasa puede más y seguimos, más aún, cuando nuestros teléfonos suenan para invitarnos a participar de los diversos acontecimientos que hacen a nuestra cotidianeidad social o cuando suenan para denunciar hechos que indignan y deben ser conocidos para intentar buscarle una solución.
En este sentido, una docente de la escuela primaria Santa Dorotea nos manifestó que algunas de sus alumnas concurrieron a clase con el pelo prácticamente rapado, cuando hacía pocos días concurrían luciendo sus largas cabelleras hermosas. Ante la inquietud la docente consultó a sus alumnas sobre qué había ocurrido y éstas le respondieron que sus padres vendieron sus cabellos por unos 30 y 50 pesos a unas personas que andaban comprando pelo a las familias del barrio.
Se trata del barrio Triángulo, pero investigando descubrimos que la misma práctica se repite en la mayoría de los barrios periféricos de nuestra ciudad, especialmente en los asentamientos más humildes, donde aprovechándose de la necesidad extrema de las familias, en algunos casos, o de la falta de respeto de los padres a sus hijos, en otros, estos mercaderes inescrupulosos se burlan de la inocencia de los más pequeños para hacer sus negocios.
En la búsqueda de las causas de esta realidad podría apuntarse a la pobreza, a la falta de trabajo, pero en el nombre de la pobreza no se puede vender la integridad de un hijo. Hoy es el pelo, mañana será un riñón, u otro órgano, después será vender su cuerpecito o, al mismo niño o niña completos.
A raíz de nuestras consultas sobre la cuestión, algunos postularon que es preferible vender el cabello de un hijo a no tener, qué darles de comer. Pero si uno se acerca a las viviendas de esas familias percibe que cuentan con teléfonos celulares que podrían venderse por varios 30 pesos o con motocicletas que religiosamente pagan sus largas e inacabables cuotas mensuales.
Aquí más que un problema de pobreza, que en muchas de nuestras páginas hemos plasmado, existe un problema de educación. Pero no de la educación formal que nos ofrece la escuela, sino de la educación en valores que se mama de la familia, que se transmite de generación en generación, la que nos indica que un hijo es sagrado y que se debe hacer hasta lo imposible para que crezca íntegro, saludable y bien educado.
El panorama es desalentador y muchas familias no existen como tales, pero está en nosotros en elegir seguir siendo meros testigos de la realidad o involucrarnos y luchar por una sociedad más justa e igualitaria. Está en nosotros elegir estar distraídos con las vanidades del tercer milenio o luchar por la educación de nuestro pueblo y por forjar los valores de la responsabilidad, solidaridad y del amor que cada vez están más postergados.
Diego Eliseo Leonardo López

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